Nueva visita a un mundo feliz

📅 2020-12-13✍️ Huxley, A.🎯 book
Nueva visita a un mundo feliz es una recopilación de ensayos (publicados en la revista Newsday) sobre la novela Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, en donde el mismo autor analiza veintiséis años después (1958) los contenidos tratados en su novela, verificando así sus aciertos y equívocos a la hora de contemplar la evolución de la civilización occidental durante dicho lapso. En dicha obra, hace muchas referencias a otra distopía, la novela 1984, de George Orwell.

I Exceso de población

Son muchos los caminos que llevan al Mundo Feliz, pero cabe que el más derecho y ancho de todos ellos sea el que estamos siguiendo hoy, el camino que lleva por números gigantescos y acelerados aumentos.

A medida que poblaciones grandes y crecientes presionan más duramente en los recursos disponibles, la posición económica de la sociedad sometida a esta prueba se hace más precaria.

El exceso de población lleva a la inseguridad económica y a la agitación social. La inseguridad y la agitación llevan a una mayor intervención de los gobiernos centrales y a un aumento de su poder.

Si esto sucediera, las enormes facultades que los gobiernos centrales se habrían visto obligados a asumir por las condiciones desfavorables podrían ser utilizadas con el espíritu de la dictadura totalitaria.

La crisis permanente justifica el control permanente de todos y todo por los organismos del gobierno central. Y la crisis permanente es lo que tenemos que esperar en un mundo en el que el exceso de población produzca un estado de cosas conforme al cual se haga casi inevitable la dictadura bajo el auspicio comunista.

II Cantidad, calidad, moralidad

En el Mundo Feliz de mi fantasía, la eugenesia y la disgenesia se practicaban sistemáticamente. En una serie de botellas, los huevos biológicamente superiores, fecundados por esperma biológicamente superior, recibían el tratamiento prenatal mejor posible y quedaban finalmente decantados como Betas, Alfas y Alfas Pluses. En otra serie de botellas, mucho más nutrida, los huevos biológicamente inferiores, fecundados por esperma biológicamente inferior, eran sometidos al Tratamiento Bonanovsky (noventa y seis gemelos idénticos de cada huevo) y a operaciones prenatales con alcohol y otros venenos proteínicos.

Los seres finalmente decantados aquí eran casi subhumanos, pero podían efectuar trabajos que no reclamaran pericia y, si se los acondicionaba debidamente, calmándolos con un libre y frecuente acceso al sexo opuesto, distrayéndolos constantemente con espectáculos gratuitos y fortaleciendo sus normas de buena conducta con dosis diarias de soma, cabía contar con que no darían trabajo a sus superiores.

En las condiciones que actualmente prevalecen, cada avance de la medicina tenderá a ser compensado por un correspondiente avance en el índice de supervivencia de los individuos condenados por alguna insuficiencia genética. A pesar de las nuevas drogas maravillosas y de un mejor tratamiento, la salud física de la población en general no mejorará y hasta puede empeorar. Y, junto a una declinación de la salud media, tal vez se produzca también una declinación en el nivel medio de la inteligencia humana.

¿Pueden surgir espontáneamente las instituciones democráticas en un país poco desarrollado y excesivamente poblado, donde cuatro quintos de la población obtienen menos de dos mil calorías diarias y sólo un quinto disfruta de una dieta adecuada? O, si estas instituciones fueran impuestas al país desde afuera o desde arriba, ¿podrían sobrevivir?
Examinemos ahora el caso de una sociedad rica, industrializada y democrática en la que, a causa de la práctica al azar, aunque efectiva, de la disgenesia, el IQ y el vigor físico están declinando. ¿Por cuánto tiempo podrá una sociedad así mantener sus tradiciones de libertad individual y gobierno democrático? Dentro de cincuenta o cien años, nuestros descendientes sabrán ya cómo contestar a esta pregunta

Sabemos que los buenos fines no justifican el empleo de los malos medios. Pero ¿qué decir de esas situaciones, que ahora se producen con frecuencia, en las que los buenos medios tienen resultados finales que son malos?

Los cientos de miles de seres humanos así salvados y los millones que engendrarán y traerán al mundo no pueden ser debidamente vestidos, alojados y educados o siquiera alimentados con los recursos de que la isla dispone. Ha sido abolida la muerte rápida por fiebres, pero la vida se ha hecho mísera a causa de la desnutrición.

¿Qué decir de los organismos congénitamente insuficientes, a los que nuestra medicina y nuestros servicios sociales preservan en la actualidad, de forma que les permiten propagarse? Ayudar a los infortunados es evidentemente bueno. Pero la transmisión al por mayor a nuestros descendientes de los resultados de mutaciones desfavorables y la progresiva contaminación del fondo común genético al que tendrán que recurrir los miembros de nuestra especie son cosas malas con no menor evidencia.

III Exceso de organización

En un mundo de producción en masa y distribución en masa, el Hombre Modesto, con su insuficiente capital, está en seria desventaja. En la competencia con el Hombre Poderoso, pierde su dinero y finalmente su misma existencia como productor independiente: el Hombre Poderoso se lo ha tragado. A medida que los Hombres Modestos desaparecen, un número de hombres cada vez más reducido maneja un poder económico cada vez mayor. Bajo una dictadura, la Gran Empresa, hecha posible por el avance de la tecnología y la consiguiente ruina de la Pequeña Empresa, suele ser gobernada por el Estado, es decir, por un reducido grupo de jefes de partido y los soldados, policías y funcionarios públicos que cumplen sus órdenes.

Una democracia capitalista suele ser gobernada por una Elite del poder. Esta Élite del Poder procura directamente ocupación en sus fábricas, oficinas y comercios a varios millones de los trabajadores del país, domina a muchos millones más prestándoles dinero para la compra de lo que ella produce y, como dueña de los medios de comunicación en masa, influye en el pensar, el sentir y el obrar de virtualmente todo el mundo.

“Nunca tantos han sido manipulados por tan pocos”

  • Winston Churchill.

“Nuestra sociedad occidental contemporánea, a pesar de su progreso material, intelectual y político, ayuda cada vez menos a la salud mental y tiende a socavar la seguridad interior, la felicidad, la razón y la capacidad para el amor del individuo; tiende a convertirlo en un autómata que paga su frustración como ser humano con trastornos mentales crecientes y una desesperación que se oculta bajo un frenético afán de trabajo y supuestos placeres.”

  • Erich Fromm.

“Muchos de ellos son normales porque se han ajustado muy bien a nuestro modo de existencia, porque su voz humana ha sido acallada a edad tan temprana de sus vidas que ya ni siquiera luchan, padecen o tienen síntomas, en contraste con lo que al neurótico sucede.” Son normales, no en lo que podría llamarse el sentido absoluto de la palabra, sino únicamente en relación con una sociedad profundamente anormal. Su perfecta adaptación a esa sociedad anormal es una medida de la enfermedad mental que padecen. Estos millones de personas anormalmente normales, que viven sin quejarse en una sociedad a la que, si fueran seres humanos cabales, no deberían estar adaptados, todavía acarician “la ilusión de la individualidad”, pero de hecho han quedado en gran medida desindividualizados. Su conformidad está derivando hacia algo que se parece a la uniformidad. Pero “uniformidad y libertad son incompatibles. Uniformidad y salud mental son incompatibles también… El hombre no está hecho para ser un autómata y, si se convierte en tal, la base de la salud mental queda destruida”.

En el curso de la evolución, la naturaleza se ha tomado muchísimo trabajo para que todo individuo sea distinto de cualquier otro individuo. Nos reproducimos poniendo en contacto los genes del padre con los de la madre. Estos factores hereditarios pueden combinarse en un número de modos casi infinito. Física y mentalmente, cada uno de nosotros es único.
Cualquier cultura que en interés de la eficiencia o en nombre de cualquier dogma político o religioso trate de uniformar al individuo humano comete un ultraje contra la naturaleza biológica del hombre.

La organización es indispensable, pues la libertad existe y tiene sentido únicamente dentro de una comunidad autorregulada de individuos que cooperen libremente. Pero, aunque indispensable, la organización también puede ser fatal. La organización excesiva transforma a hombres y mujeres en autómatas, sofoca el espíritu creador y suprime la misma posibilidad de la libertad.

La vida urbana es anónima y, como si dijéramos, abstracta. Las personas se relacionan entre sí, no como personalidades totales, sino como encarnaciones de funciones económicas o, cuando no están trabajando, como irresponsables buscadores de diversiones. Sometidos a esta clase de vida, los individuos tienden a sentirse solos e insignificantes. Su existencia deja de tener sentido o significado.

En términos biológicos, el hombre es moderadamente gregario, no un animal completamente social; es un ser, por ejemplo, más como el lobo o el elefante que como la abeja o la hormiga. En su forma original, las sociedades humanas no se parecían a la colmena o el hormiguero; eran meras manadas. Hay un abismo entre el insecto social y el mamífero no muy gregario y de cerebro grande; aun en el caso de que el mamífero hiciera todo lo posible para imitar al insecto, el abismo subsistiría.

Las palabras clave de esta Ética Social son “ajuste”, “adaptación”, “conducta socialmente orientada”, “pertenencia”, “adquisición de aptitudes sociales”, “trabajo de equipo”, “vida de grupo”, “lealtad de grupo”, “dinámica de grupo”, “ideología de grupo”, “creatividad de grupo”. Su supuesto básico es que el conjunto social vale más y tiene más importancia que sus partes individuales, que las diferencias biológicas natas tienen que ser sacrificadas en aras de la uniformidad cultural, que los derechos de la colectividad tienen precedencia sobre lo que el siglo XVIII llamaba los Derechos del Hombre.

El hombre esforzarse por ser esa buena persona socialmente adaptable que los organizadores de la actividad del grupo consideran ideal para sus fines. Este hombre ideal es el hombre que exhibe una “conformidad dinámica” –¡qué expresión más deliciosa!– y una intensa lealtad al grupo, un inquebrantable deseo de subordinarse, de pertenecer.

IV Propaganda en una Sociedad democrática.

Hay dos clases de propaganda: la propaganda racional en favor de la acción, que está de acuerdo con el ilustrado interés propio de quienes la hacen y de aquéllos a quienes está dirigida, y la propaganda no racional, que no está de acuerdo con el interés propio de nadie, sino que está dictada, y excitada, por pasiones, ciegos impulsos e inconscientes ansias y temores. En lo que se refiere a las acciones de los individuos, hay móviles más elevados que el ilustrado interés propio, pero, cuando hay que emprender una acción colectiva en las esferas de la política y la economía, el ilustrado interés propio es probablemente el más alto de los móviles efectivos. Si los políticos y sus electores actuaran siempre para promover el interés propio a largo plazo, de ellos mismos o de su país, este mundo sería el paraíso terrenal. Según son las cosas, actúan frecuentemente contra sus propios intereses, meramente para satisfacer sus pasiones menos loables; el mundo, como consecuencia, es un lugar de calamidades. La propaganda en favor de la acción que está de acuerdo con el propio interés ilustrado apela a la razón mediante argumentos lógicos basados en las mejores probanzas disponibles, expuestas sin retaceos y con honradez. La propaganda en favor de la acción dictada por impulsos que están por debajo del propio interés ofrece pruebas falsas, amañadas o incompletas, elude el argumento lógico y trata de influir en sus víctimas mediante la mera repetición de consignas, la furiosa denuncia contra víctimas propiciatorias extranjeras o nacionales y la astuta asociación de las más bajas pasiones con los más altos ideales, de modo que las atrocidades se perpetran en nombre de Dios y la más cínica de las realpolitik se convierte en cuestión de principio religioso y de deber patriótico.

La comunicación en masa, en pocas palabras, no es ni buena ni mala; es simplemente una fuerza y, como toda fuerza, puede ser bien o mal utilizada. Utilizados de un modo, la prensa, la radio y el cine son indispensables para la supervivencia de la democracia. Utilizados de otro modo, figuran entre las armas más poderosas del arsenal de un dictador. En el campo de las comunicaciones en masa, como en casi todo otro campo de actividad, el progreso tecnológico ha perjudicado al Hombre Modesto y ha favorecido al Hombre Poderoso.

En relación con la propaganda, los antiguos abogados de la instrucción universal y la prensa libre preveían únicamente dos posibilidades: la propaganda podía ser cierta o podía ser falsa. No previeron lo que en realidad ha sucedido, sobre todo en nuestras democracias capitalistas occidentales: el desarrollo de una vasta industria de comunicaciones en masa, interesada principalmente no en lo cierto ni en lo falso, sino en lo irreal, en lo más o menos totalmente fuera de lugar. En pocas palabras, no tuvieron en cuenta el casi infinito apetito de distracciones que tiene el hombre.

El mundo de la religión es diferente del otro mundo de la diversión, pero se parecen entre sí en que manifiestamente “no son de este mundo”. Los dos son distracciones y, si se vive en ellos demasiado continuamente, uno y otro pueden convertirse según la frase de Marx en el “opio del pueblo” y, por tanto, en una amenaza para la libertad. Sólo quien vigila puede mantener sus libertades y sólo quienes están constante e inteligentemente en sus puestos pueden aspirar a gobernarse efectivamente por procedimientos democráticos. Una sociedad en la que la mayoría pasa la mayor parte de su tiempo no en sus puestos, no aquí, ahora y en un futuro previsible, sino en otro sitio, en los ajenos otros mundos del deporte y de la ópera cómica, de la mitología y la fantasía metafísica, tendrá dificultades para hacer frente a las intrusiones de los dispuestos a manipularla y dominarla.

En su propaganda, los dictadores de hoy confían principalmente en la repetición, la supresión y la racionalización: la repetición de las consignas que desean que sean aceptadas como verdades, la supresión de hechos que desean que sean ignorados y el fomento y racionalización de las pasiones que puedan ser utilizadas en interés del Partido o del Estado. A medida que el arte y la ciencia de la manipulación sean mejor comprendidos, los dictadores del futuro irán aprendiendo sin duda a combinar estas técnicas con las distracciones ininterrumpidas que, en el Oeste, amenazan actualmente con ahogar en un mar de cosas fuera de propósito la propaganda racional que es esencial para el mantenimiento de la libertad individual y la supervivencia de las instituciones democráticas.

V Propaganda bajo una dictadura.

“La dictadura de Hitler –dijo– difirió en un punto fundamental de todas sus predecesoras en la historia. Fue la primera dictadura del presente período de desarrollo moderno, una dictadura que hizo un uso completo de todos los medios técnicos para la dominación de su propio país. Mediante elementos como la radio y el altoparlante, ochenta millones de personas fueron privadas del pensamiento independiente. Es así como se pudo someterlas a la voluntad de un hombre… Los dictadores anteriores habían necesitado colaboradores muy calificados hasta en el más bajo de los niveles, hombres que pudieran pensar y actuar con independencia. En el período del desarrollo técnico moderno, el sistema totalitario puede prescindir de tales hombres; gracias a los modernos métodos de comunicación, es posible mecanizar las jefaturas de los grados inferiores. Como consecuencia de esto, ha surgido el nuevo tipo del recibidor de órdenes sin espíritu crítico.” - Albert Speer, el ministro de Armamentos de Hitler.

Gracias al progreso tecnológico, el Gran Hermano puede actualmente ser casi tan ubicuo como Dios. Y no es solamente en el frente técnico donde los brazos del presunto dictador se han fortalecido. Se ha trabajado mucho desde la época de Hitler en esos campos de la psicología y la neurología aplicadas que son el dominio especial del propagandista: el doctrinante y el lavador de cerebros.

Actualmente, el arte de gobernar las mentes ajenas lleva camino de convertirse en ciencia. Quienes practican esta ciencia saben lo que están haciendo y por qué lo hacen. Tienen como guías de su tarea teorías e hipótesis que han quedado sólidamente establecidas sobre macizos cimientos de pruebas experimentales.

Hermann Rauschning escribió en 1939: “Hitler tenía un profundo respeto por la Iglesia Católica y la orden de los jesuitas; no a causa de su doctrina cristiana, sino a causa de la ‘maquinaria’ que habían elaborado y dirigían, de su sistema jerárquico, de sus tácticas en extremo inteligentes, de su conocimiento de la naturaleza humana y de su sabio empleo de las debilidades humanas para gobernar a los creyentes”.

Veamos qué pensaba Hitler de las masas que movía y cómo lograba moverlas. El primer principio del que partía era un juicio de valoración: las masas son merecedoras de un desprecio absoluto. Son incapaces de todo pensamiento abstracto y se desinteresan de cuanto esté fuera del círculo de su experiencia inmediata. Su comportamiento está determinado, no por el conocimiento y la razón, sino por los sentimientos e impulsos inconscientes. Es en estos impulsos y sentimientos donde “están las raíces de sus actitudes, positivas o negativas”. Para triunfar, un propagandista debe aprender el manipuleo de estos instintos y emociones. “La fuerza impulsora que ha provocado las más tremendas revoluciones en el mundo nunca ha sido un cuerpo de doctrina científica que haya conquistado a las masas, sino, invariablemente, una devoción que las ha inspirado y, con frecuencia, una especie de histeria que las ha arrastrado a la acción. Quien desee conquistar a las masas debe saber dónde está la llave que ha de abrir la puerta de sus corazones.” En la jerga posfreudiana, la puerta de su inconsciente.

Reunidas en una multitud, las personas pierden su poder de razonamiento y su capacidad de opción moral. Se hacen más sugestionables, hasta el punto de que dejan de pensar o querer por propia cuenta. Se excitan muchísimo, pierden todo sentido de la responsabilidad individual o colectiva y suelen tener repentinos accesos de rabia, entusiasmo y pánico. El individuo con embriaguez de multitud escapa de la responsabilidad, la inteligencia y la moral y entra en una especie de irracional animalidad frenética.

Veinte años antes de que Madison Avenue se lanzara a la “investigación de las motivaciones”, a la llamada Motivational Research, Hitler estaba ya explorando y explotando sistemáticamente los miedos y esperanzas secretos, las aspiraciones, las angustias y las frustraciones de las masas alemanas. Es manipulando “fuerzas ocultas” como los peritos en publicidad nos inducen a comprar sus mercancías: una pasta de dientes, una marca de cigarrillos, un candidato político. Y fue acudiendo a las mismas fuerzas ocultas como Hitler indujo a las masas alemanas a que se compraran un Führer, una insana filosofía y la Segunda Guerra Mundial.

En contraste con las masas, los intelectuales tienen afición a la racionalidad e interés por los hechos. Su hábito mental crítico los hace resistentes a la clase de propaganda que funciona tan bien sobre la mayoría. Entre las masas, “el instinto es supremo y del instinto surge la fe… Mientras la sana gente común estrecha instintivamente sus filas para formar la comunidad de un pueblo (bajo un Jefe, sobra decirlo), los intelectuales van de un lado a otro, como gallinas en un gallinero. Con ellos no se puede hacer historia; no pueden ser utilizados como elementos componentes de una comunidad”. Los intelectuales son esa clase de gente que reclama pruebas y se escandaliza con las incoherencias y falacias lógicas. Ven en la simplificación excesiva el pecado original de la inteligencia y no saben qué hacer con los lemas, los asertos no calificados y las generalizaciones radicales que son la mercadería del propagandista.

Hitler escribió: “Toda propaganda efectiva debe limitarse a unas cuantas necesidades desnudas y expresarse luego en unas cuantas fórmulas estereotipadas.” Estas fórmulas estereotipadas deben ser repetidas constantemente, porque “sólo la repetición constante logrará finalmente grabar una idea en la memoria de una multitud”.

La virtud y la inteligencia pertenecen a los seres humanos como individuos que se asocian libremente con otros individuos en pequeños grupos. Otro tanto sucede con el pecado y la estupidez. Pero la necedad subhumana a la que el demagogo recurre y la imbecilidad moral en la que confía cuando aguijonea a sus víctimas para que entren en acción son características, no de los hombres y mujeres como individuos, sino de los hombres y mujeres en masas. La necedad y el idiotismo moral no son atributos característicamente humanos: son síntomas del envenenamiento de rebaño.

En todas las religiones superiores del mundo, la salvación y la iluminación son para los individuos. El reino de los cielos está dentro del espíritu de una persona, no dentro del espíritu colectivo de una multitud.

¿Cómo podemos preservar la integridad del individuo humano y reafirmar su valor en la época de un exceso de población y un exceso de organización que se están acelerando, y de unos medios de comunicación en masa cada vez más eficientes? Es una pregunta que cabe hacer todavía y que tal vez pueda ser efectivamente contestada. Transcurrida otra generación, tal vez será demasiado tarde para contestarla y tal vez imposible, en el sofocante clima colectivo de ese tiempo futuro, hasta simplemente formularla.

VI El arte de vender

A cargo del departamento editorial se halla frecuentemente un democrático doctor Jekyll, un propagandista que se sentiría muy feliz de demostrar que John Dewey había estado en lo cierto respecto a la capacidad de la naturaleza humana para atenerse a la verdad y la razón. Pero este dignísimo hombre gobierna sólo una parte del mecanismo de la comunicación en masa. A cargo de la publicidad vemos al antidemocrático, por antirracional, señor Hyde o, mejor dicho, doctor Hyde, pues Hyde es actualmente doctor en psicología y tiene también un título universitario en ciencias sociales. Este doctor Hyde se sentiría realmente muy desdichado si todo el mundo viviera conforme a la fe que John Dewey tenía en la naturaleza humana. La verdad y la razón son asuntos de Jekyll, no de Hyde. Pues este Hyde es un analista de motivaciones, un Motivation Analyst, y su misión es estudiar las debilidades y flaquezas humanas, investigar esos deseos y miedos inconscientes que determinan parte tan importante del pensar consciente y el obrar abierto de los hombres. Y hace esto, no con el espíritu del moralista que trata de hacer mejor a la gente, o del médico que desearía mejorar la salud del paciente, sino simplemente con objeto de abusar de la ignorancia de los demás y explotar su falta de racionalidad en beneficio de quienes lo han contratado.

La propaganda racional efectiva sólo es posible cuando hay una clara comprensión, por parte de todos los interesados, de la naturaleza de los símbolos y de sus relaciones con las cosas y los hechos simbolizados. La propaganda irracional depende para su eficacia de que haya una incomprensión general de la naturaleza de los símbolos. La gente sencilla tiende a igualar el símbolo con lo que el símbolo representa, a atribuir a las cosas y los hechos algunas de las cualidades que se expresan en las palabras con que el propagandista ha optado, para sus propios fines, por hablar de ellos.

Uno de estos propagandistas ha escrito: “Los fabricantes de cosméticos no venden lanolina; venden esperanza”. Por esta esperanza, por esta deducción fraudulenta de una promesa de que serán transfiguradas, las mujeres pagarán diez y hasta veinte veces el valor de la emulsión que los propagandistas han relacionado tan hábilmente, por medio de símbolos engañadores, con un deseo femenino profundamente arraigado y casi universal: el deseo de ser más atractiva para los miembros del sexo opuesto. Los principios en que se funda esta clase de propaganda son en extremo simples. Hállase algún deseo corriente, algún difundido temor o ansiedad inconsciente; imagínese algún modo de relacionar este deseo o miedo con el producto que se quiere vender; constrúyase un puente de símbolos verbales o pictóricos por el que el cliente pueda pasar del hecho a un sueño compensatorio y del sueño a la ilusión de que nuestro producto, una vez adquirido, convertirá el sueño en realidad. “Ya no compramos naranjas; compramos vitalidad. Ya no compramos simplemente un coche; compramos prestigio.” Y así con las demás cosas.

En cada caso, el analista de motivaciones ha encontrado algún deseo o miedo profundamente arraigado cuya energía puede ser utilizada para inducir al consumidor a desprenderse de dinero y a hacer girar así, de modo indirecto, las ruedas de la industria. Guardada en las mentes y los cuerpos de innumerables individuos, esta energía potencial suele ser liberada y transmitida por una serie de símbolos cuidadosamente ordenados para que se eluda la racionalidad y quede obscurecido el verdadero asunto.

En la propaganda comercial, el principio del símbolo fascinador en forma desproporcionada se comprende claramente. Todo propagandista tiene su Departamento de Arte y hace constantes intentos de embellecer las carteleras con carteles impresionantes y las páginas de anuncios de las revistas con dibujos y fotografías que atraigan. No son obras maestras, pues las obras maestras atraen únicamente a un público reducido y el propagandista comercial trata de cautivar a la mayoría. Para él, el ideal es una excelencia moderada. Se espera que aquellos a quienes agrada este arte no demasiado bueno, pero lo bastante llamativo, se sientan también atraídos por los productos con los que ha sido asociado y a los que simbólicamente representa.
Otro símbolo desproporcionadamente fascinador es el Canto Comercial. Póngase una letra a una tonada pegajosa y de fácil recordación. Inmediatamente, esa letra se convierte en palabras de poder. Además, las palabras tienden a repetirse automáticamente cada vez que esa melodía sea oída o espontáneamente recordada. Cualquier disparate que sería vergonzoso que un ser razonable escribiera, dijera o escuchara, puede ser cantado u oído por ese mismo ser razonable con placer y hasta con una especie de convicción intelectual.

¿Aprenderemos a separar el placer de cantar o de escuchar una canción de esa tan humana tendencia a creer en la propaganda que la canción formula? De esto también se trata.

Los niños, como cabía suponerlo, son muy impresionables para la propaganda. Nada saben del mundo y de sus modos y, como consecuencia, nada recelan. Sus facultades críticas no se han desarrollado. Los de menos edad no han llegado a la edad de la razón y los de más edad carecen de la experiencia sobre la que puede trabajar con eficacia su racionalidad recién adquirida. En Europa, se llamaba en broma a los reclutas “carne de cañón”. Sus hermanitos y hermanitas se han convertido ahora en carne de radio y carne de televisión.

“Yo no digo que debe inducirse a los chicos a que acosen a sus padres para que compren los productos anunciados en la televisión, pero, al mismo tiempo, es imposible negar que es eso lo que se hace todos los días.” Así escribe el astro de uno de los muchos programas de televisión dedicados al público juvenil. “Los niños son discos vivos y parlantes –agrega– de lo que les decimos a diario.” Y, a su debido tiempo, estos discos vivos y parlantes de los anuncios de la televisión se harán mayores, ganarán dinero y comprarán los productos de la industria.

El señor Clyde Miller escribe con éxtasis: “Piense en lo que puede significar en beneficios para su empresa la posibilidad de acondicionar a un millón o diez millones de niños, quienes se convertirán en personas mayores adiestradas para la compra de lo que usted quiere que compren, como soldados que se ponen en movimiento en cuanto oyen la voz de mando.

La medida en que nos gobernamos a nosotros mismos está en razón inversa a nuestros números. Cuanto mayor es un distrito electoral, menos valor tiene cualquier voto determinado. Cuando es uno entre millones, el elector individual se siente impotente, una cantidad despreciable.

La población en aumento y la tecnología en avance han provocado un incremento en el número y la complejidad de las organizaciones, un incremento en la cantidad de poder concentrado en las manos de las autoridades y una correspondiente disminución en la cantidad de fiscalización que ejercen los electores, unida a una disminución en la consideración del público por los procedimientos democráticos. Ya debilitadas por las vastas fuerzas impersonales que actúan en el mundo moderno, las instituciones democráticas están actualmente siendo socavadas desde dentro por los políticos y sus propagandistas.

Los seres humanos actúan de muy diversas maneras irracionales, pero todos ellos parecen capaces, si se les da la debida oportunidad, de optar razonablemente a la luz de las pruebas disponibles. Las instituciones democráticas funcionarán bien únicamente si todos los interesados hacen cuanto esté en sus manos para impartir conocimientos y fomentar la racionalidad.

Sin embargo, en nuestro tiempo, en la más poderosa democracia del mundo, los políticos y sus propagandistas prefieren convertir en pura estupidez los procedimientos democráticos y recurrir casi exclusivamente a la ignorancia y la irracionalidad de los electores.

En 1956, el director de una destacada revista económica nos dijo:
“Ambos partidos traficarán con sus candidatos y programas adoptando los mismos métodos que utilizan las empresas para vender sus productos. Estos métodos incluyen la selección científica de las exhortaciones y la repetición deliberada… En los espacios comerciales de la radio, se repetirán frases con una intensidad bien calculada. Las carteleras se cubrirán de lemas de poder probado… Los candidatos necesitan, además de voces ricas y una buena dicción, mirar con ‘sinceridad’ la cámara de televisión.”

Los traficantes políticos recurren únicamente a las debilidades de los votantes, nunca a su fuerza potencial. No intentan educar a las masas y capacitarlas para que se gobiernen a sí mismas; se contentan con manipularlas y explotarlas. Para este fin, se movilizan y ponen en acción todos los recursos de la psicología y las ciencias sociales. Se hacen “entrevistas en profundidad” a muestras cuidadosamente seleccionadas del cuerpo electoral. Estos entrevistadores en profundidad sacan a la superficie los temores y deseos inconscientes que más prevalecen en una sociedad dada en el momento de la elección. Luego, se eligen por medio de peritos, se prueban en lectores y públicos y se cambian o mejoran en vista de la información así obtenida series de frases e imágenes destinadas a disipar o, en caso necesario, fomentar esos temores y a satisfacer esos deseos, por lo menos simbólicamente. Una vez hecho esto, la campaña política queda preparada para quienes están a cargo de las comunicaciones en masa. Todo lo que actualmente se necesita es dinero y un candidato que pueda ser enseñado a parecer “sincero”. Conforme al nuevo sistema, los principios políticos y los planes de acción específica han perdido la mayor parte de su importancia. Las cosas que realmente importan son la personalidad del candidato y la manera en que el candidato es proyectado por los peritos publicitarios.

Del modo que sea, como varón de pelo en pecho o cariñoso padre, un candidato debe ser encantador. También debe ser un animador que nunca aburra al público. Habituado a la radio y la televisión, este público exige que se lo distraiga y no cabe pedirle que se concentre o haga un prolongado esfuerzo intelectual. Todos los discursos del candidato-animador deben ser, pues, breves y tajantes. Los grandes problemas del momento deben ser zanjados en cinco minutos a lo sumo y preferiblemente (pues el público querrá pasar a algo más entretenido que la inflación o la bomba de hidrógeno) en sesenta segundos netos.

Los métodos que actualmente se utilizan para colocar en el mercado a un candidato político como si fuera un desodorante garantizan de modo muy positivo el cuerpo electoral contra toda posibilidad de que escuche la verdad acerca de nada.

VII Lavado de cerebros

Entre las tensiones físicas que aumentan la impresionabilidad del perro figuran el cansancio, las heridas y todas las formas de enfermedad.
Para un aspirante a dictador, estas conclusiones tienen importantes aplicaciones prácticas. Prueban, por ejemplo, que Hitler tenía mucha razón cuando sostenía que las concentraciones nocturnas eran más efectivas que las concentraciones de día.
Durante el día, escribió, “el poder de voluntad del hombre se revela con la máxima energía contra cualquier intento de imponerle la voluntad y la opinión de otros. Por la noche, sucumbe más fácilmente ante la fuerza dominante de una voluntad más vigorosa”.
Pavlov hubiera estado de acuerdo con él; el cansancio aumenta la impresionabilidad. (Tal es la razón, entre otras, de que los patrocinadores comerciales de los programas de televisión prefieran las horas de la noche y estén dispuestos a apoyar esta preferencia con dinero efectivo.)

La efectividad de la propaganda política y religiosa depende de los métodos que se empleen, no de las doctrinas que se enseñen. Estas doctrinas pueden ser verdaderas o falsas, saludables o perniciosas; ello importa poco o no importa nada. Si se adoctrina en la forma adecuada y durante la conveniente fase de agotamiento nervioso, se obtendrán los resultados que se buscan. En condiciones favorables, no hay prácticamente nadie que no pueda ser convertido a cualquier cosa.

El lavado de cerebros, tal como se practica ahora, es una técnica híbrida que depende para su eficacia en parte del empleo sistemático de la violencia y en parte de una hábil manipulación psicológica.

Bajo una dictadura de larga data y bien regulada, nuestros métodos corrientes de manipulación semiviolenta han de parecer sin duda absurdamente toscos. Acondicionado desde la más temprana infancia (y tal vez también biológicamente predestinado), el individuo medio de las castas medias e inferiores no necesitará nunca la conversión, ni siquiera un curso de repaso en la verdadera fe. Los miembros de la casta más alta tendrán que poseer capacidad para imaginarse nuevas ideas en réplica a nuevas situaciones; en consecuencia, su preparación será mucho menos rígida que la impuesta a aquéllos cuya misión no es razonar por qué, sino meramente obrar y morir con el menor ruido posible.

Pero estos individuos de la casta superior serán miembros de una especie indómita: la de los adiestradores y guardianes, sólo muy levemente acondicionados, de un vasto rebaño de animales de una completa domesticidad.

Sin embargo, el acondicionamiento universal de los niños y las demás técnicas de manipulación y regulación distan todavía unas cuantas generaciones en lo futuro. En el camino que lleva al Mundo Feliz, nuestros gobernantes tendrán que confiar en las técnicas provisionales y de transición del lavado de cerebros.

VIII Persuasión química

Entre los productores de visiones clásicos, los más conocidos son el peyote de México y del sudoeste de los Estados Unidos y la Cannabis sativa, consumida en todo el mundo con los nombres de hashish, bhang, kif y marihuana. De acuerdo con los mejores datos médicos y antropológicos, el peyote es mucho menos dañoso que la ginebra o el whisky del Hombre Blanco. Permite a los indios que lo utilizan en sus ritos religiosos entrar en el paraíso y sentirse identificados con la amada comunidad, sin que tengan que pagar por el privilegio nada más que la molestia de masticar algo con un sabor asqueroso y de sentir náuseas durante un par de horas. La Cannabis sativa es una droga menos inocua, aunque mucho menos dañosa de lo que los sensacionalistas tratan de hacernos creer. La Comisión Médica que designó en 1944 el alcalde de Nueva York para investigar el problema de la marihuana llegó a la conclusión, después de cuidadosos estudios, de que la Cannabis sativa no es una seria amenaza para la sociedad y ni siquiera para quienes la toman. Es meramente una molestia.

Con el LSD-25 (ácido lisérgico dietilamida) los farmacólogos han creado recientemente otro aspecto del Soma: un mejorador de la percepción y un productor de visiones que, desde el punto de vista fisiológico, apenas cuesta. Esta droga extraordinaria, que es efectiva hasta en dosis tan pequeñas como cincuenta y hasta veinticinco millonésimas de gramo, tiene la facultad (como el peyote) de transportar a la gente al Otro Mundo. En la mayoría de los casos, el Otro Mundo al que el LSD-25 traslada es celestial; alternativamente, puede ser un trasunto del purgatorio o del infierno. Pero, positiva o negativa, la experiencia del ácido lisérgico es considerada por casi cuantos pasan por ella como profundamente significativa y esclarecedora. En todo caso, es asombroso el hecho de que las mentes puedan ser cambiadas tan radicalmente a tan poco costo para el cuerpo.

Vemos, pues, que, si el Soma no existe todavía (y probablemente no existirá jamás), se han descubierto ya bastante buenos sustitutivos de algunos de sus aspectos. Hay actualmente tranquilizadores fisiológicamente baratos, productores de visiones fisiológicamente baratos y estimulantes fisiológicamente baratos.
Es manifiesto que un dictador podría, si lo deseara, utilizar estas drogas con fines políticos. Podría crearse un seguro contra la agitación política cambiando la química de los cerebros de sus gobernados y haciéndoles así contentarse con su condición servil. Podría utilizar los tranquilizadores para calmar a los excitados, los estimulantes para despertar el entusiasmo en los indiferentes y los alucinantes para que los desdichados apartaran la atención de sus propias miserias.

Tal como son las cosas, los tranquilizadores podrían impedir a algunas personas crear suficientes conflictos, no solamente a sus gobernantes, sino también a ellas mismas. La tensión excesiva es una enfermedad, pero otro tanto sucede con la tensión insuficiente. Hay ciertas ocasiones en las que deberíamos estar tensos, en que un exceso de tranquilidad (y especialmente de una tranquilidad impuesta desde afuera, por un producto químico) sería totalmente inadecuado.

IX Persuasión subconsciente

“Poetzl pidió a los sujetos que hicieran un dibujo de lo que habían advertido conscientemente en la imagen que les había sido expuesta en el taquistoscopio… Luego, fijó su atención en los sueños que cada uno de estos sujetos había tenido en la noche siguiente y les pidió de nuevo que hicieran dibujos de las partes adecuadas de estos sueños. Quedó inconfundiblemente de manifiesto que el material utilizado para la construcción del sueño estaba compuesto por aquellos detalles de la imagen expuesta que el sujeto no había advertido”.

Confirmando las conclusiones de Poetzl, sus estudios han revelado que la gente ve y oye realmente mucho más de lo que conscientemente sabe que ve y oye, así como lo visto y oído sin saberlo queda registrado en el subconsciente y puede influir en su pensar, sentir y obrar conscientes.

De pronto, a comienzos del otoño de 1957, exactamente cuarenta años después de la publicación del informe original de Poetzl, se anunció que la pureza de todos ellos era cosa del pasado; habían sido aplicados, habían entrado en el reino de la tecnología. El anuncio causó una fuerte impresión y se habló y escribió sobre él en todo el mundo civilizado. Y no es de extrañar, pues la nueva técnica de la “proyección subliminal”, según se la llamaba, estaba íntimamente relacionada con los espectáculos públicos y, en la vida de los seres humanos civilizados, los espectáculos públicos representan actualmente un papel comparable al que representó en la Edad Media la religión.

En una época como ésta, el anuncio de que la pura ciencia de Poetzl había sido aplicada en la forma de una técnica de proyección subliminal tenía necesariamente que despertar un vivísimo interés entre los asistentes a los espectáculos públicos. Porque la nueva técnica estaba dedicada directamente a ellos y tenía por finalidad manipular sus mentes sin que ellos lo advirtieran.

Por medio de taquistoscopios especialmente diseñados, se proyectaban palabras o imágenes por una milésima de segundo o menos en las pantallas de los televisores y cines durante (no antes ni después) los programas. “Beba Coca-Cola” o “Fume un Camel” quedaban fugazmente sobrepuestos en el beso de los enamorados o las lágrimas de la angustiada madre; los nervios ópticos de los espectadores registraban estos secretos mensajes, su subconsciente replicaba a ellos y, a su debido tiempo, cada cual sentía conscientemente el deseo de tomar un refresco o fumar un cigarrillo.

En Gran Bretaña, donde el procedimiento de manipular las mentes por debajo del nivel de la conciencia recibe el nombre de “inyección estrobónica”, los investigadores han remarcado la importancia práctica de crear las condiciones psicológicas adecuadas para la persuasión subconsciente. Una sugestión por encima del umbral de la conciencia tiene probablemente más efecto cuando el destinatario está en un leve trance hipnótico, bajo la influencia de ciertas drogas o debilitado por la enfermedad, el hambre o cualquier clase de tensión física o emocional. Pero lo que es verdad para las sugestiones por encima del umbral de la conciencia también lo es para las sugestiones por debajo de ese umbral. En pocas palabras, cuanto menor es la resistencia psicológica de una persona, mayor es la eficacia de las sugestiones inyectadas estrobónicamente.

El dictador científico de mañana instalará sus máquinas murmuradoras y sus proyectores subliminales en escuelas y hospitales (los niños y los enfermos son muy sugestionables), así como en todos los lugares públicos donde la gente pueda ser sometida a un ablandamiento preliminar por medio de una oratoria o unos rituales que aumenten la impresionabilidad de cada cual.

Pero fortalecer la fe existente no es bastante; el propagandista, si ha de merecer el nombre de tal, debe crear una nueva fe; debe saber cómo atraer a su campo al indiferente y al indeciso, debe ser capaz de ablandar y hasta tal vez de convertir al adversario. Sabe que, a la afirmación y a la orden subliminales, debe añadir la persuasión subliminal.

Por encima del umbral de la conciencia, uno de los métodos más efectivos de persuasión no racional es lo que podría llamarse persuasión por asociación. El propagandista asocia arbitrariamente el producto, candidato o causa que ha elegido con alguna idea o imagen de persona o cosa que la mayoría de la gente, en una cultura dada, considera indiscutiblemente como buena.

Recuerdo especialmente una obra maestra de propaganda comercial. Era un calendario editado por un fabricante de aspirina. Al pie del cuadro se veía la conocida marca sobre la conocida botellita de blancas pastillas. Encima de esto, no se veían paisajes nevados, bosques otoñales, sabuesos o coristas de suntuosas delanteras. No, no. Los astutos alemanes habían asociado sus calmantes con un cuadro de brillantes colores y lleno de vida que representaba a la Santísima Trinidad sentada en una nube y rodeada por San José, la Virgen
María, variados santos y numerosos ángeles. Las milagrosas virtudes del ácido acetilsalicílico quedaban así garantidas, en las mentes sencillas y profundamente religiosas de los indios, por Dios Padre y toda la corte celestial.

Así, cuando se lo relacionaba, en el nivel subconsciente, con la palabra “feliz”, un rostro sin expresión alguna parecía sonreír al observador, mostrarse amable, cordial, expansivo. Cuando el mismo rostro quedaba relacionado, también en el nivel subconsciente, con la palabra “airado”, adquiría una expresión ceñuda, una expresión que parecía hostil y desagradable al observador. (A un grupo de mujeres jóvenes también pareció muy masculino, cuando, momentos antes, al asociarlo con la palabra “feliz”, les había hecho el efecto de un rostro perteneciente a un miembro de su propio sexo. Tomen nota de esto, padres y maridos.)

Para el propagandista comercial y político, estos datos, claro está, son muy importantes. Si pudiera colocar a sus víctimas en un estado de impresionabilidad anormalmente alta, si pudiera mostrarles, mientras estuvieran en ese estado, la cosa, la persona o, por medio de un símbolo, la causa que tiene que vender y si, en el nivel subconsciente, pudiera asociar esta cosa, persona o causa con una palabra o una imagen de un valor determinado, podría modificar los sentimientos y opiniones de sus víctimas sin que éstas tuvieran la menor idea de lo que estaba haciendo.

La dramatización de una pelea o de un abrazo produce fuertes emociones en los espectadores. Podría producir emociones más fuertes todavía si cupiera asociarla, en el nivel subconsciente, con palabras o símbolos adecuados. Por ejemplo, en la versión cinematográfica de Adiós a las Armas, la muerte de parto de la heroína podría ser todavía más angustiosa de lo que ya es relampagueando subliminalmente en la pantalla, una y otra vez, durante la representación de la escena, palabras siniestras como “dolor”, “sangre”, “muerte”. Conscientemente, las palabras no serían vistas, pero su efecto sobre la mente subconsciente sería muy grande y estos efectos podrían reforzar poderosamente las emociones evocadas, en el nivel de la conciencia, por la representación y el diálogo.

El candidato (si es que cabe hablar todavía de candidatos) o el representante nombrado por la oligarquía gobernante, pronunciará su discurso para que todos lo oigan. Entretanto, los taquistoscopios, las máquinas susurradoras y chilladoras, los proyectores de imágenes tan difusas que sólo el subconsciente las podrá captar y todo lo demás estarán reforzando lo que el orador diga asociando sistemáticamente al hombre y sus causas con palabras de carga positiva e imágenes veneradas e inyectando estrobónicamente palabras de carga negativa y símbolos odiosos siempre que mencione a los enemigos del Estado o del partido.

Como todo esto está todavía de modo muy seguro en lo futuro, podemos permitirnos una sonrisa. Transcurridos diez o veinte años más, las cosas nos parecerán probablemente mucho menos divertidas. Porque lo que es ahora mera fantasía científica se habrá convertido en realidad política cotidiana.

X Hipnopedia

La hipnopedia sólo procuró resultados cuando fue utilizada para la preparación moral, o sea, para el acondicionamiento de la conducta por medio de la sugestión verbal en momentos de resistencia psicológica disminuida. “El acondicionamiento sin palabras es tosco y de orden general; no puede inculcar las complejas normas de conducta que reclama el Estado. Para eso tiene que haber palabras, pero palabras sin razón…”. Es decir, la clase de palabras que no exigen análisis para su comprensión, que pueden ser tragadas enteras por el cerebro dormido. Tal es la verdadera hipnopedia, “la más grande fuerza moralizadora y socializadora de todos los tiempos”.

En Un Mundo Feliz, ningún ciudadano perteneciente a las castas inferiores provocaba conflicto alguno. ¿Por qué? Porque, desde que era capaz de hablar y de comprender lo que se le decía, todo niño de casta inferior quedaba expuesto a sugestiones incesantemente repetidas, noche tras noche, durante las horas de somnolencia y sueño. Estas sugestiones eran “como gotas de lacre, como gotas que se adhieren, incrustan e incorporan a aquello sobre lo que caen, hasta que finalmente la roca no es más que una ampolla roja. Hasta que finalmente la mente del niño es esas sugestiones y la suma de esas sugestiones es la mente del niño. Y no únicamente la mente del niño. También la mente del adulto, durante toda su vida. La mente que juzga, desea y decide, una mente formada por esas sugestiones. Pero esas sugestiones son nuestras sugestiones, las sugestiones del Estado…”.

Se hizo un análisis crítico del plan experimental, las estadísticas, la metodología y los criterios de sueño de estos estudios. Todos ellos revelaron debilidades en uno o más de los aspectos precedentes.” Los estudios no demuestran de modo inequívoco que se aprende realmente mientras se duerme. Pero al parecer algo se aprende “en un especial estado de vigilia, en el que los sujetos no recuerdan después que han estado despiertos. Esto puede tener gran importancia práctica desde el punto de vista de la economía en tiempo de estudio, pero no puede ser considerado como aprendizaje durante el sueño… Una inadecuada definición del sueño hace que el problema sea parcialmente confundido”.

A este respecto, un artículo de Theodore X. Barber, “Sueño e hipnosis”, publicado en el número de octubre de 1956 de The Journal of Clinical and Experimental Hipnosis, es sumamente esclarecedor. El señor Barber señala que hay una importante diferencia entre el sueño ligero y el sueño profundo. En el sueño profundo, el electroencefalógrafo no registra ondas alfa; en el sueño ligero, las ondas alfa hacen su aparición. En esto, el sueño ligero está más cerca de los estados de vigilia e hipnótico (en los que están presentes las ondas alfa) que del sueño profundo. Un ruido fuerte despertará a una persona sumida en un sueño de esta última clase. Un estímulo menos violento no lo hará, pero provocará la reaparición de las ondas alfa. Por el momento, el sueño profundo ha cedido el sitio al sueño ligero.

La corteza está tal vez demasiado inactiva para pensar íntegramente, pero está también lo bastante alerta para reaccionar ante las sugestiones y transmitirlas al sistema nervioso autónomo.

En nuestro tiempo, los métodos de Wetterstrand son seguidos por cierto número de pediatras, quienes instruyen a las jóvenes madres en el arte de hacer provechosas sugestiones a sus hijitos durante las horas de sueño ligero. Con esta clase de hipnopedia, cabe curar a los niños de los vicios de mojar la cama y morderse las uñas, prepararlos para que vayan a una operación sin temor y darles confianza y seguridad cuando, por una razón cualquiera, las circunstancias de sus vidas se hacen angustiosas.

De la impresionabilidad intensificada en relación con el sueño ligero y la hipnosis pasemos a la impresionabilidad normal de quienes están despiertos o creen por lo menos que están despiertos. (De hecho, como sostienen los budistas, la mayoría de nosotros estamos medio dormidos todo el tiempo y pasamos por la vida como sonámbulos que obedecen las sugestiones de otro. La iluminación equivale a estar completamente despierto. La palabra “Buda” podría ser traducida como “El Alerta”.)

La impresionabilidad es una de las cualidades que varían mucho de individuo a individuo. Los factores ambientales representan sin duda un papel en hacer que una persona reaccione
ante una sugestión más que otra, pero hay también, con la misma certidumbre, diferencias constitucionales en la impresionabilidad de los individuos. La resistencia extrema a la sugestión es muy rara. Por fortuna. Porque, si todos fueran tan poco sugestionables como lo son algunos, la vida social sería imposible.

En este experimento, los sujetos eran ciento sesenta y dos pacientes que acababan de salir de los quirófanos y padecían fuertes dolores. Siempre que el paciente pedía una medicación que le calmara el padecimiento, recibía una inyección, unas veces de morfina y otras de agua destilada. Todos los pacientes recibieron algunas inyecciones de morfina y del placebo. Un treinta por ciento jamás obtuvo del placebo el menor alivio. En cambio, el catorce por ciento se sintió aliviado con cada una de las inyecciones de agua destilada. El restante cincuenta y cinco por ciento del grupo se sintió aliviado por el placebo en ciertas ocasiones, pero no en otras.

En lo que los miembros de los dos grupos diferían significativamente era ante todo en el temperamento, en el modo en que se sentían en relación consigo mismos y con otras personas. Los sugestionables cooperaban más que los no sugestionables, eran menos críticos y recelosos. No daban trabajo a las enfermeras y juzgaban que el trato que estaban recibiendo en el hospital era “excelente”. Pero, aunque menos hostiles hacia los demás que los no sugestionables, los sugestionables se preocupaban por lo general mucho más por sus propias personas. Bajo tensión, esta ansiedad tendía a traducirse en diversos síntomas psicosomáticos, como trastornos estomacales, diarrea y jaquecas. A pesar de su ansiedad, o a causa de ella, la mayoría de los sugestionables se mostraban menos inhibidos para exhibir su emoción que los no sugestionables. También se mostraban más locuaces. Y eran igualmente mucho más religiosos, mucho más activos en los asuntos de su Iglesia, y estaban mucho más preocupados, en un nivel subconsciente, por sus órganos pélvicos y abdominales.

XI Educación para la libertad

La educación para la libertad debe comenzar exponiendo hechos y enunciando valores y debe continuar creando adecuadas técnicas para la realización de los valores y para combatir a quienes deciden desconocer los hechos y negar los valores por una razón cualquiera.

La Ética Social parte del supuesto de que la crianza tiene una importancia decisiva en la determinación de la conducta humana y de que la naturaleza –el equipo psicofísico con el que nacen los individuos– es un factor insignificante. Pero ¿es esto verdad? ¿Es verdad que los seres humanos son únicamente los productos de su ambiente social? Y si no es verdad, ¿qué justificación puede haber para sostener que el individuo es menos importante que el grupo del que es miembro?

Todos los elementos de juicio disponibles indican que, en la vida de los individuos y las sociedades, la herencia no es menos importante que la cultura. Cada individuo es biológicamente único y distinto de todos los otros individuos. La libertad es por tanto un gran bien, la tolerancia una gran virtud y la uniformidad una gran desdicha.

Por razones prácticas o teóricas, los dictadores, los Hombres de Organización y ciertos hombres de ciencia ansían reducir la enloquecedora diversidad de las naturalezas de los hombres a una u otra clase de gobernable uniformidad.

Según Russell, las causas del cambio histórico son de tres clases: el cambio económico, la teoría política y los individuos importantes. “No creo –dice– que ninguno de estos factores pueda ser desconocido o totalmente explicado como efecto de causas de otra clase.” Así, si Bismarck y Lenin hubiesen muerto en la infancia, nuestro mundo sería muy diferente de lo que, gracias en parte a Bismarck y Lenin, actualmente es. “La historia no es todavía una ciencia y sólo se puede lograr que parezca tal con falsificaciones y omisiones.”

En la vida real, en la vida que se vive día a día, el individuo no puede nunca ser explicado como un producto de las circunstancias exteriores. Sólo en teoría sus contribuciones parecen acercarse a cero; en la práctica son de la mayor importancia.

Cuanto se hace dentro de una sociedad se hace por individuos. Estos individuos están, desde luego, profundamente influidos por la cultura local, los tabúes, los principios morales, la información veraz o falsa heredada de lo pasado y preservada en un cuerpo de tradiciones orales o de literatura escrita, pero, sea lo que fuere lo que cada individuo tome de la sociedad (o, para ser más exactos, de otros individuos asociados en grupos o de las simbólicas constancias compiladas por otros individuos, vivos o muertos), lo utilizará a su modo único, con sus sentidos especiales, su constitución bioquímica, su físico y temperamento, no al modo de ningún otro.

Pero lo que he llamado Voluntad de Orden, ese deseo de imponer una inteligible uniformidad a la desconcertante variedad de las cosas y los acontecimientos, ha inducido a muchos a desconocerlo. Han reducido a un mínimo la singularidad biológica y han concentrado toda su atención en los más sencillos y, en el estado actual de los conocimientos, más comprensibles factores ambientales del comportamiento humano. “Como consecuencia de estas ideas e investigaciones centradas en el ambiente –escribe el profesor Williams–, la doctrina de la uniformidad esencial de los infantes humanos ha conquistado una vasta aceptación y tiene el apoyo de numerosos psicólogos sociales, sociólogos, antropólogos sociales y muchos otros, con inclusión de historiadores, economistas, educadores, juristas y hombres públicos.

La orgía de espionajes, linchamientos y asesinatos judiciales que estas ideas equivocadas acerca de la magia hacían lógica y obligatoria no fue igualada sino hasta nuestros días, cuando la ética comunista, basada en una opinión errónea de la economía, y la ética nazi, basada en una opinión errónea de la raza, ordenaron y justificaron atrocidades en una escala todavía mayor. Consecuencias apenas menos indeseables tendría probablemente la adopción general de una Ética Social basada en el error de que nuestra especie es una especie completamente social, de que los infantes humanos nacen uniformes y de que los individuos son el producto de un acondicionamiento operado por el ambiente colectivo y dentro de él.

Si estas ideas fueran correctas, si los seres humanos fueran realmente miembros de una especie verdaderamente social y si sus diferencias individuales fueran insignificantes y pudieran ser completamente borradas con el apropiado acondicionamiento, es evidente que no habría necesidad alguna de libertad y que el Estado tendría justificación para perseguir a los herejes que la reclamaran.

La uniformidad genética de los individuos es todavía imposible, pero el Gran Gobierno y la Gran Empresa poseen ya o poseerán pronto todas las técnicas para la manipulación de la mente que han sido descritas en Un Mundo Feliz y otras para las que no tuve suficiente imaginación. Sin medios para imponer la uniformidad genética a los embriones, los gobernantes del mundo excesivamente poblado y organizado de mañana tratarán de imponer la uniformidad social y cultural a los adultos y sus hijos.

Para alcanzar este fin, utilizarán (como no se les impida) todas las técnicas de manipulación de la mente a su disposición y no vacilarán en reforzar estos métodos de persuasión no racional con la coacción económica y las amenazas de violencia física. Si ha de ser evitada esta clase de tiranía, debemos comenzar sin demora a educarnos y a educar a nuestros hijos para la libertad y el gobierno de nosotros mismos.

Esa educación para la libertad debe ser, como he dicho, una educación ante todo en hechos y en valores: los hechos de la diversidad individual y de la singularidad genética y los valores de la libertad, la tolerancia y la caridad mutua, que son los corolarios éticos de tales hechos.

Pero, por desgracia, el conocimiento exacto y los sólidos principios no son bastantes. Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante. Una hábil apelación a la pasión es muchas veces demasiado fuerte para la mejor de las buenas resoluciones. Los efectos de la propaganda falsa y perniciosa no pueden ser neutralizados sin un adiestramiento a fondo en el arte de analizar sus técnicas y ver a través de sus sofismas.

De estas experiencias inconscientemente seleccionadas, seleccionamos y extraemos de modo más o menos consciente un reducido número, al que marcamos con palabras de nuestro vocabulario y luego clasificamos dentro de un sistema a la vez metafísico, científico y ético que está formado por otras palabras de un nivel de abstracción más alto. En los casos en que la selección y la extracción hayan sido dictadas por un sistema que no sea demasiado erróneo como opinión de la naturaleza de las cosas, y en que los marbetes verbales hayan sido inteligentemente elegidos y su naturaleza simbólica claramente comprendida, nuestro comportamiento tenderá a ser realista y tolerablemente decoroso.

Una educación para la libertad (y para el amor y la inteligencia que son, a un mismo tiempo, las condiciones y los resultados de la libertad) debe ser, entre otras cosas, una educación en el uso propio del lenguaje. Desde hace dos o tres generaciones, los filósofos han dedicado mucho tiempo y mucha meditación al análisis de los símbolos y al significado del significado. ¿Cómo se relacionan las palabras y expresiones que hablamos con las cosas, personas y sucesos con los que nos encontramos en nuestra vida cotidiana? Examinar este problema nos exigiría mucho tiempo y nos llevaría demasiado lejos. Basta que digamos que disponemos actualmente de todo el material intelectual que se precisa para una sólida educación en el uso propio del lenguaje, para una educación en todos los niveles, desde el jardín de infantes hasta los cursos para graduados.

Esta educación en el arte de distinguir entre el uso propio y el uso impropio de los símbolos debería ser inaugurada inmediatamente. En verdad, pudo haber sido inaugurada en cualquier momento de los últimos treinta o cuarenta años. Y, sin embargo, en ningún sitio se enseña a los niños, de un modo sistemático, a distinguir la afirmación verdadera de la falsa, la significativa de la carente de significado.

¿Por qué es así? Porque sus mayores, inclusive en los países democráticos, no quieren darles esta clase de educación. A este respecto, la breve y triste historia del Instituto de Análisis de la Propaganda es significativa en grado sumo. El Instituto fue fundado en 1937, cuando la propaganda nazi era más ruidosa y efectiva, por el señor Filene, el filántropo de Nueva Inglaterra. Bajo los auspicios de este centro, se hicieron análisis de propaganda no racional y se prepararon varios textos para la instrucción de los estudiantes secundarios y universitarios. Vino luego la guerra, una guerra total, en todos los frentes, en el mental no menos que en el físico. Con todos los Gobiernos Aliados dedicados a la “guerra psicológica”, insistir en la conveniencia del análisis de la propaganda parecía un poco una falta de tacto.

El Instituto fue cerrado en 1941. Pero inclusive antes del estallido de las hostilidades había muchas personas a las que las actividades del centro les parecían muy inconvenientes. Ciertos educadores, por ejemplo, desaprobaban la enseñanza del análisis de la propaganda alegando que induciría al cinismo a los adolescentes. Tampoco los militares acogían con agrado tal enseñanza; temían que los reclutas comenzaran a analizar el lenguaje de los sargentos instructores. Y estaban luego los clérigos y los anunciantes. Los clérigos se pronunciaban contra el análisis de la propaganda alegando que un análisis así socavaría la fe y disminuiría la asistencia a la iglesia; los anunciantes adoptaron la misma actitud por entender que tal análisis socavaría la lealtad a las marcas y reduciría las ventas.

Un escrutinio demasiado a fondo por parte de demasiada gente del común de lo que dicen sus pastores y maestros puede resultar profundamente subversivo. En su forma presente, el orden social depende para su continuación de la aceptación, sin demasiadas preguntas embarazosas, de la propaganda presentada por quienes tienen autoridad y de la propaganda santificada por las tradiciones locales.

Una vez más, el problema consiste en encontrar el oportuno término medio. Los individuos deben ser lo bastante sugestionables para que quieran y puedan hacer que su sociedad funcione, pero no tan sugestionables que caigan bajo el hechizo de manipuladores profesionales de la mente.

Análogamente, debe enseñárseles en materia de análisis de la propaganda lo suficiente para que no crean a ojos cerrados en la pura insensatez, pero no tanto que rechacen abiertamente las manifestaciones no siempre racionales de los bien intencionados guardianes de la tradición.

Este planteamiento más bien negativo del problema tendrá que ser complementado por algo más positivo: la enunciación de una serie de valores generalmente aceptables basados en un sólido cimiento de hechos.
• El valor, ante todo, de la libertad individual, basado en los hechos de la diversidad humana y de la singularidad genética;
• El valor de la caridad y la compasión, basado en un hecho conocido de antiguo y descubierto de nuevo por la moderna psiquiatría, es decir, el hecho de que el amor es tan necesario para los seres humanos como la comida y el techo; y, finalmente,
• El valor de la inteligencia, sin la que el amor es impotente y la libertad, inasequible.

Esta serie de valores nos proporcionará un criterio para que la propaganda pueda ser juzgada. La propaganda que resulte insensata e inmoral podrá así ser rechazada sin discusión. La que sea meramente irracional, pero resulte compatible con el amor y la libertad y no se oponga en principio al ejercicio de la inteligencia, podrá ser provisionalmente aceptada por lo que valga.

XII ¿Qué puede hacerse?

Nuestra enfermedad tiene una multiplicidad de causas cooperantes y sólo podrá ser curada por una multiplicidad de cooperantes remedios. Al encarar cualquier compleja situación humana, debemos tener en cuenta todos los factores importantes, no meramente un solo factor. Nada que no sea todo es realmente bastante. La libertad está amenazada y la educación para la libertad es de necesidad muy urgente. Pero hay otras muchas cosas: por ejemplo, la organización social para la libertad, la regulación de los nacimientos para la libertad, la legislación para la libertad.

Es perfectamente posible para un hombre estar fuera de la cárcel y, sin embargo, no estar en libertad; estar sin ningún constreñimiento físico y, sin embargo, ser psicológicamente un cautivo obligado a pensar, sentir y obrar como los representantes del Estado nacional o de algún interés privado dentro de la nación quieren que piense, sienta y obre.

La naturaleza de la compulsión psicológica es tal que quienes actúan constreñidos permanecen con la impresión de que están obrando por propia iniciativa. La víctima de la manipulación de la mente no sabe que es una víctima. Los muros de su prisión son invisibles para ella. Se cree libre. Su falta de libertad sólo se manifiesta a otros. Es una servidumbre estrictamente objetiva.

Nunca podrá haber, lo repito, nada parecido a un mandamiento de habeas mentem. Pero puede haber legislación preventiva, una legislación que declare ilegal la trata psicológica, que proteja a las mentes contra los inescrupulosos abastecedores de propaganda venenosa y se inspire en las leyes que protegen los cuerpos contra los proporcionadores de alimentos adulterados y drogas perniciosas.

La mejor de las constituciones y la mejor de las leyes preventivas serán impotentes frente a las presiones continuamente crecientes del exceso de población y organización que se deben a los números en aumento y la tecnología en avance. Las constituciones no serán abrogadas y las buenas leyes permanecerán en las colecciones legislativas, pero estas formas liberales servirán únicamente para disfrazar y adornar una sustancia profundamente antiliberal.

Bajo la presión inexorable de un aumento de población en aceleración continua y de un creciente exceso de organización y por medio de métodos cada vez más efectivos de manipulación de la mente, las democracias cambiarán de naturaleza. Las pulcras formas antiguas –elecciones, parlamentos, tribunales supremos y todo lo demás– subsistirán, pero la substancia bajo la superficie será una nueva clase de totalitarismo no violento. Todos los nombres tradicionales y todos los santificados lemas seguirán siendo exactamente lo que eran en los buenos tiempos de antaño. La democracia y la libertad serán el tema de todas las emisiones radiales y de todos los artículos editoriales, pero se tratará de la democracia y la libertad en sentido estrictamente Pickwick. Entretanto, la oligarquía gobernante y su muy preparado grupo selecto de soldados, policías, fabricantes de ideas y manipuladores de la mente gobernarán tranquilamente el conjunto como les plazca.

¿Qué cabe hacer? Evidentemente, debemos
• Reducir, con toda la celeridad posible, la razón de nacimientos hasta un punto que no exceda de la razón de defunciones.
• Al mismo tiempo, con toda la rapidez posible, debemos aumentar la producción de alimentos.
• Establecer y aplicar un plan mundial para la conservación de nuestros suelos y bosques.
• Crear sustitutivos, a ser posible menos peligrosos y de agotamiento más lento que el uranio, para nuestros actuales combustibles y,
• Sin dejar de reunir nuestros menguantes recursos de minerales fácilmente asequibles, idear métodos nuevos y no demasiado costosos de extraer esos mismos minerales de yacimientos cada vez más pobres: el más pobre de todos es el agua de mar.

Cabe que con el tiempo se encuentre solución a todos estos problemas. Pero ¿en cuánto tiempo? En cualquier carrera entre las cifras humanas y los recursos naturales, el tiempo está contra nosotros. A fines del presente siglo, tal vez haya en los mercados mundiales, si ponemos en ello todo nuestro empeño, el doble de los alimentos que hay actualmente. Pero también habrá aproximadamente dos veces más gente y varios miles de millones de estas personas vivirán en países parcialmente industrializados y consumirán diez veces más energía, agua, madera y minerales irreemplazables de lo que están actualmente consumiendo sus padres. En pocas palabras, la situación alimentaria será tan mala como lo es hoy y la situación de las materias primas será mucho peor.

Hallar una solución al problema del exceso de organización apenas es menos difícil que hallar una solución al problema de los recursos naturales y las cifras crecientes. Es un axioma político que el poder sigue a la propiedad. Pero es ya un hecho histórico la rápida conversión de los medios de producción en la propiedad monopolista de la Gran Empresa y el Gran Gobierno. Por tanto, si creemos en la democracia, tenemos que tomar disposiciones para distribuir la propiedad con la mayor amplitud posible.

si deseamos impedir la dictadura por el plebiscito, debemos dividir las vastas colectividades parecidas a máquinas de la sociedad moderna en grupos autónomos que cooperen voluntariamente y sean capaces de funcionar al margen de los sistemas burocráticos de la Gran Empresa y el Gran Gobierno.

Por tanto, si deseamos evitar el empobrecimiento espiritual de individuos y sociedades enteras, abandonemos la metrópoli y volvamos a la pequeña comunidad rural o, alternativamente, humanicemos la metrópoli creando dentro de su red de organizaciones mecánicas los equivalentes urbanos de esa pequeña comunidad rural, en la que los individuos pueden conocerse y cooperar como personas completas, no como meras encarnaciones de funciones especializadas.

Los hombres de buena voluntad llevan varias generaciones propugnando la descentralización del poder económico y la vasta distribución de la propiedad.

En los Estados Unidos, Arthur Morgan y Baker Brownell han expuesto la teoría y descrito la práctica de una nueva clase de comunidad que vive en el nivel de la aldea y la pequeña localidad. El profesor Skinner, de Harvard, ha expuesto la opinión del psicólogo sobre el problema en su Walden Two, una novela utópica acerca de una comunidad autónoma y que se basta a sí misma tan científicamente organizada que nadie siente tentaciones antisociales y, sin recurrirse nunca a la coacción o a la propaganda indeseable, cada cual cumple con su deber y es feliz y creador. En Francia, durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella, Marcel Barbu y sus seguidores crearon cierto número de comunidades de producción autónomas y no jerárquicas que eran también comunidades de mutua ayuda y plena vida humana. Y entretanto, en Londres, el Experimento Peckham ha demostrado que es posible, mediante la coordinación de los servicios de la salud con intereses más amplios del grupo, crear una verdadera comunidad inclusive en una metrópoli.

Vemos, pues, que la enfermedad del exceso de organización ha sido claramente reconocida, que han sido prescritos diversos amplios remedios y que se ha intentado en algunos sitios, muchas veces con éxito considerable, el tratamiento experimental de los síntomas. Y, sin embargo, a pesar de toda esta predicación y práctica ejemplares, la enfermedad se agrava día a día.

En los Estados Unidos –son la imagen profética del resto del mundo urbano-industrial tal como será dentro de unos cuantos años–, los recientes sondeos de la opinión pública han revelado que la mayoría de los jóvenes menores de veinte años, los electores de mañana, no tienen fe en las instituciones democráticas, no se oponen a la censura de las ideas impopulares, no creen en la posibilidad del gobierno del pueblo por el pueblo y se sentirían perfectamente contentos, siempre que pudieran continuar viviendo en la forma a la que se han acostumbrado durante la bonanza, de que los gobernara desde arriba una oligarquía de variados peritos. El hecho de que en la más poderosa democracia del mundo haya tantos jóvenes y bien alimentados espectadores de televisión que muestren tan completa indiferencia por la idea de gobernarse a sí mismos y sientan tan poco interés por la libertad de pensamiento y el derecho a disentir es aflictivo, pero no muy sorprendente.

Decimos “libre como un pájaro” y envidiamos a los alados seres su poder de moverse sin restricción alguna en las tres dimensiones. Pero, ay, nos olvidamos del nido. Todo pájaro que aprenda a organizarse una buena vida sin necesidad de usar sus alas pronto renunciará al privilegio del vuelo y permanecerá por siempre en tierra. Algo parecido pasa con los seres humanos.

Si se les procura con regularidad y abundancia el pan tres veces al día, muchos de ellos se contentarán con vivir de pan únicamente o, al menos, de pan y circo únicamente. “Al final –dice el Gran Inquisidor en la parábola de Dostoievsky–, pondrán su libertad a nuestros pies y nos dirán: ‘Hacednos vuestros esclavos, pero alimentadnos’”.

El grito de “Dadme televisión y hamburguesas y no me fastidiéis con las responsabilidades de la libertad” puede convertirse, si cambian las circunstancias, en el grito de “Libertad o muerte”. Si llega a producirse una revolución como ésta, se deberá en parte a la acción de fuerzas sobre las que hasta los más poderosos gobernantes tienen escaso dominio y en parte a la incompetencia de esos mismos gobernantes, a su incapacidad para hacer un uso efectivo de los instrumentos manipuladores de la mente que la ciencia y la tecnología han proporcionado y seguirán proporcionando al aspirante a tirano.

Los antiguos dictadores cayeron porque nunca pudieron proporcionar a sus gobernados bastante pan, bastante circo, suficientes milagros y misterios. Tampoco poseyeron un sistema realmente efectivo de manipulación de la mente. En el pasado, los librepensadores y revolucionarios eran frecuentemente los productos de la más piadosa educación ortodoxa. No es sorprendente. Los métodos empleados por los educadores ortodoxos eran y son todavía ineficientes en extremo. Bajo una dictadura científica, la educación funcionará realmente bien, con el resultado de que la mayoría de los hombres y mujeres llegarán a amar su servidumbre y nunca pensarán en la revolución. No se ve ninguna razón valedera para que una dictadura totalmente científica pueda ser nunca derrocada.

Entretanto, queda todavía en el mundo alguna libertad. Verdad es que son muchos los jóvenes que parecen atribuir a la libertad muy poco valor. Pero algunos de nosotros todavía creemos que los seres humanos no pueden ser sin libertad completamente humanos y que, por tanto, la libertad es supremamente valiosa. Tal vez las fuerzas que amenazan actualmente a la libertad son demasiado fuertes para ser resistidas por mucho tiempo. Sin embargo, tenemos el deber de hacer cuanto podamos para resistirlas.

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García-Mendívil, Helio A.
Escrito por
García-Mendívil, Helio A.
Doctor en Tecnología Agroalimentaria y Biotecnología.